25 May Más de un año después, Presidente
Por Humberto Sáenz Marinero
(Presidente de Acción Ciudadana)
Viernes 22 de mayo de 2020
Más de un año después y de forma respetuosa, voy a pedirle una vez más esto último: escuche, presidente. Como en cualquier parte del mundo, hay quienes solamente están interesados en obstaculizar su gestión; en todos partes siempre hay quienes no quieren a su país. Pero le aseguro, que esos son los menos. La mayoría de quienes criticamos o hacemos señalamientos a su gestión, lo hacemos con patriotismo.
Previo a que asumiera en su cargo el actual presidente de la República, en este mismo espacio reflexionaba sobre la obligación constitucional que él tendría de procurar la armonía social (Art. 168 num 3º Cn). Lo que entonces hacía ver, es que esa obligación parecía estar olvidada o minimizada, y que era su responsabilidad dar contenido a la misma.
Reconocía que en nuestra sociedad habíamos llegado a un punto en el que estábamos siendo incapaces de entender que el que piensa diferente no es mi enemigo, por lo que, con más razón, el presidente electo debía dejar atrás las arengas propias de la campaña política, y tendría que dedicarse a gobernar para todos, sin tener que seguir dividiendo ni sembrando rencor, revancha, insensatez e intolerancia con las ideas contrarias. Debía “re-unirnos”.
Como si se tratara de una premonición, también le pedía que, desde el día uno, diera muestras de respeto a la institucionalidad, la democracia y la separación de poderes. Le hacía un llamado a entender que los otros órganos del Estado le controlarían, que habría instituciones que le fiscalizarían y que no perdiera de vista que habría una ciudadanía activa que le vigilaría y exigiría.
Quizá con alguna ingenuidad le aconsejaba dar inequívocas muestras de estar realmente comprometido con la transparencia, pidiéndole que en ese mismo afán, liderara los esfuerzos por rendir cuentas permanentes de su futura gestión, propiciando que la ciudadanía tuviera más y mejores herramientas para ejercer su derecho a saber.
Mi candidez llegó al punto de recomendarle que reuniera a un grupo de personas que en su gabinete tuvieran ese mismo compromiso, y que estuvieran decididos a eliminar prácticas corruptas y oscuras que habían venido carcomiendo al Órgano Ejecutivo. Hasta le dije que la mecánica de contratación de empleados y funcionarios debía cambiar radicalmente, que las remuneraciones debían transparentarse y que el pago de favores políticos debía eliminarse.
Por último, le pedí seriamente que escuchara. Le pedí que ejerciera un liderazgo en el cual con total empatía y apertura al diálogo y a la crítica, escuchara y apreciara las posiciones de quienes tuvieran una visión distinta. Le hacía ver que los que votaron por él y los que no, le exigiríamos igual, pero también le aportaríamos porque estábamos conscientes que las tareas de país eran tareas de todos, exhortándolo por ello a que no despreciara nuestras propuestas y no desatendiera nuestras críticas.
Antes de redactar esa columna, yo había expresado públicamente mis preocupaciones con su eventual triunfo electoral; no me gustaba su forma de ver las instituciones, ni su poca vocación democrática, ni la manera de despotricar contra sus adversarios. Pero el presidente obtuvo una amplia mayoría en los resultados electorales y ello llamaba a la reflexión.
Había que entender que un amplio sector de la población confiaba en su persona y en sus promesas de campaña; a muchos les parecía lo que a mí no. Eso me llevó a pensar que quizá me había equivocado, que probablemente tenía prejuicios infundados o sesgos que no me dejaban ver lo que otros sí podían. El presidente resultó democráticamente electo, había que trabajar con él y, desde luego, había que ayudar.
Y es que nadie que se precie de querer a su país, quiere que sus gobernantes hagan un mal trabajo. Había que dar vuelta a la página e identificar cómo se podía colaborar desde la trinchera ciudadana. Lo intenté; de verdad lo intenté.
No pasó mucho tiempo para que mis temores se comenzaran a hacer realidad; temores que llegaron a su punto más álgido desde el denominado 9F, manteniéndose así durante todo el período de la pandemia. Refiriéndome de manera exclusiva a mis incautas sugerencias, lo cierto es que el presidente ha hecho todo lo contrario por procurar la armonía social, ha irrespetado la institucionalidad y la división de poderes, no ha propiciado la transparencia en su gestión, ha perpetuado indebidas prácticas en la contratación pública y, por sobre todo, no ha querido escuchar.
Más de un año después y de forma respetuosa, voy a pedirle una vez más esto último: escuche, presidente. Como en cualquier parte del mundo, hay quienes solamente están interesados en obstaculizar su gestión; en todos partes siempre hay quienes no quieren a su país. Pero le aseguro, que esos son los menos. La mayoría de quienes criticamos o hacemos señalamientos a su gestión, lo hacemos con patriotismo. Si comienza a escuchar no solamente a quienes le aplauden, le aseguro que le irá mejor en su gestión porque podrá tener la oportunidad de corregir. Y, de ser así, nos irá mejor a todos.
Reconocía que en nuestra sociedad habíamos llegado a un punto en el que estábamos siendo incapaces de entender que el que piensa diferente no es mi enemigo, por lo que, con más razón, el presidente electo debía dejar atrás las arengas propias de la campaña política, y tendría que dedicarse a gobernar para todos, sin tener que seguir dividiendo ni sembrando rencor, revancha, insensatez e intolerancia con las ideas contrarias. Debía “re-unirnos”.
Como si se tratara de una premonición, también le pedía que, desde el día uno, diera muestras de respeto a la institucionalidad, la democracia y la separación de poderes. Le hacía un llamado a entender que los otros órganos del Estado le controlarían, que habría instituciones que le fiscalizarían y que no perdiera de vista que habría una ciudadanía activa que le vigilaría y exigiría.
Quizá con alguna ingenuidad le aconsejaba dar inequívocas muestras de estar realmente comprometido con la transparencia, pidiéndole que en ese mismo afán, liderara los esfuerzos por rendir cuentas permanentes de su futura gestión, propiciando que la ciudadanía tuviera más y mejores herramientas para ejercer su derecho a saber.
Mi candidez llegó al punto de recomendarle que reuniera a un grupo de personas que en su gabinete tuvieran ese mismo compromiso, y que estuvieran decididos a eliminar prácticas corruptas y oscuras que habían venido carcomiendo al Órgano Ejecutivo. Hasta le dije que la mecánica de contratación de empleados y funcionarios debía cambiar radicalmente, que las remuneraciones debían transparentarse y que el pago de favores políticos debía eliminarse.
Por último, le pedí seriamente que escuchara. Le pedí que ejerciera un liderazgo en el cual con total empatía y apertura al diálogo y a la crítica, escuchara y apreciara las posiciones de quienes tuvieran una visión distinta. Le hacía ver que los que votaron por él y los que no, le exigiríamos igual, pero también le aportaríamos porque estábamos conscientes que las tareas de país eran tareas de todos, exhortándolo por ello a que no despreciara nuestras propuestas y no desatendiera nuestras críticas.
Antes de redactar esa columna, yo había expresado públicamente mis preocupaciones con su eventual triunfo electoral; no me gustaba su forma de ver las instituciones, ni su poca vocación democrática, ni la manera de despotricar contra sus adversarios. Pero el presidente obtuvo una amplia mayoría en los resultados electorales y ello llamaba a la reflexión.
Había que entender que un amplio sector de la población confiaba en su persona y en sus promesas de campaña; a muchos les parecía lo que a mí no. Eso me llevó a pensar que quizá me había equivocado, que probablemente tenía prejuicios infundados o sesgos que no me dejaban ver lo que otros sí podían. El presidente resultó democráticamente electo, había que trabajar con él y, desde luego, había que ayudar.
Y es que nadie que se precie de querer a su país, quiere que sus gobernantes hagan un mal trabajo. Había que dar vuelta a la página e identificar cómo se podía colaborar desde la trinchera ciudadana. Lo intenté; de verdad lo intenté.
No pasó mucho tiempo para que mis temores se comenzaran a hacer realidad; temores que llegaron a su punto más álgido desde el denominado 9F, manteniéndose así durante todo el período de la pandemia. Refiriéndome de manera exclusiva a mis incautas sugerencias, lo cierto es que el presidente ha hecho todo lo contrario por procurar la armonía social, ha irrespetado la institucionalidad y la división de poderes, no ha propiciado la transparencia en su gestión, ha perpetuado indebidas prácticas en la contratación pública y, por sobre todo, no ha querido escuchar.
Más de un año después y de forma respetuosa, voy a pedirle una vez más esto último: escuche, presidente. Como en cualquier parte del mundo, hay quienes solamente están interesados en obstaculizar su gestión; en todos partes siempre hay quienes no quieren a su país. Pero le aseguro, que esos son los menos. La mayoría de quienes criticamos o hacemos señalamientos a su gestión, lo hacemos con patriotismo. Si comienza a escuchar no solamente a quienes le aplauden, le aseguro que le irá mejor en su gestión porque podrá tener la oportunidad de corregir. Y, de ser así, nos irá mejor a todos.
*Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy el 22 de mayo de 2020, si desea leerlo haga click aquí.